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Meditación desde el estrés y el dolor



A cada instante tengo un dilema que resolver: o estoy aquí, donde de hecho estoy, o me voy a otra parte. Siempre estoy deseando quedarme conmigo o partir y alejarme de mí. Desde que hago meditación, elijo más veces permanecer en casa, no huir. Perder la conciencia y viajar quién sabe adónde tendrían que resultarme mucho más fatigoso que mantenerme alerta; pero para mí no es así todavía: la atención me parece un trabajo, y la distracción, en cambio, un descanso. Todas estas resistencias por mi parte son absurdas y tienen una causa muy clara: la necia creencia de que, perdiendo mis fantasmas, terminaré por perderme yo. Pero mis fantasmas no soy yo; ellos son precisamente lo menos yo mismo que hay en mí.


Este descubrimiento me ha llevado años de práctica de meditación. Pero hoy sé, y lo digo con tanto orgullo como humildad, que conectar con el propio dolor y con el dolor del mundo es la única forma, demostrable, para derrocar principal de los ídolos, que no es otro que el bienestar. Para lograr tal conexión con el dolor es preciso hacer exactamente lo contrario a lo que nos han enseñado: no correr, sino parar; no esforzarse, sino abandonarse; no proponerse metas, sino simplemente esta ahí.


Tras todo lo dicho bien cabe afirmar que el dolor es nuestro principal maestro. La lección de la realidad -que es la única digna de ser escuchada- no la aprendemos sin dolor. La meditación no tiene para mí nada que ver con un hipotético estado de placidez, como hay tantos que la entienden. Más bien se trata de un dejarse trabajar por el dolor, de un lidiar pacíficamente con él. La meditación es, por ello, el arte de la rendición. En el combate que supone toda sentada, vence quien se rinde a la realidad. Si en el mundo se nos enseña a cerrarnos al dolor, en la meditación se enseña a abrirnos a él. La meditación es una escuela de apertura a la realidad.


Por lo que acabo de escribir, no es de extrañar que la meditación silenciosa y en quietud haya sido acusada de sofisticado masoquismo; y es que se llega a un punto en que uno desea sentarse a diario con la propia porción de dolor: frecuentarlo, conocerlo, domesticarlo… Sin dejar de ser tal, el dolor va cambiando de signo conforme se lo frecuenta. Y es así como se aprende a estar con uno mismo.




Breve ensayo sobre meditación. Siruela, Ed. 2017. pp 51 ss.


(De: https://lahesiquia.wordpress.com/2020/08/23/la-propia-porcion-de-dolor/)

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