
Productividad significa trabajar mejor y aprovechar de una forma óptima y equilibrada todos recursos.
A nivel colectivo, el aumento de la productividad, implica que todas las estructuras de la nación, es decir todas las organizaciones privadas y organismos públicos de todo tipo y sin excepción, han sido y están siendo modificados para hacerlos más cómodos, prácticos, económicos, seguros, manejables, útiles, rápidos, fáciles, éticos e incluso representativos. Trabajar con inteligencia. No tiene nada que ver con el tiempo; hacer más horas hunde la productividad.
Pongamos un buen ejemplo: El ferrocarril. Le sugerimos que vaya a visitar el museo del ferrocarril en el Paseo de las Delicias de Madrid. Ver ese museo es contemplar una visión interesante y realista de la historia de la productividad.
Aquí tiene un esquema de la evolución del ferrocarril desde el carro de mulas hasta la alta velocidad. Obsérvese cómo, en efecto, cada vez ha ido siendo más cómodo, práctico, rápido y seguro.

Una evolución paralela debería haber tenido lugar en las organizaciones de todos los tipos, en los procesos, servicios, productos y mercados.
Cuando la productividad de una nación se estanca, aumenta el número de atracos, la violencia de género y de todo tipo, la miseria, el paro, el abandono escolar, los malos resultados, el deterioro del medio ambiente, la corrupción y todos los fallos éticos y morales que se le puedan imaginar.
Los políticos demagogos y populistas (¿quién no lo es ahora, sea del signo que fuera?) se hacen con el poder, prosperan las ideologías, consignas y adoctrinamientos, embaucan a la gente, tienen un protagonismo absoluto, y se dedican simplemente a legislar a remolque de todos los problemas.
Por el contrario cuando la productividad aumenta, como si fuera por arte de magia, todos los efectos anteriores se reducen y aumenta la prosperidad.
Por ejemplo aumenta el número de familias felices y estructuradas, se reduce mucho la desigualdad social, aumenta la natalidad, se consolida y prospera una gran clase media, aumenta el flujo del dinero, los puestos de trabajo, la innovación, la educación, la alegría y la confianza.
Entonces es cuando los políticos asumen la gran responsabilidad que tienen; están en su sitio haciendo un buen trabajo absolutamente determinante para todo el mundo, y para el aumento de la productividad. Saben darle contenido a su trabajo real para crear cultura y espíritu y ser ejemplo visible de honestidad y austeridad, que es lo que tira con fuerza hacia arriba de toda la nación.
Seis antropólogos que hemos estudiado, nos han influido y con los que estamos muy de acuerdo son:
Tucídides, 400 años antes de Cristo, y al que conocemos a través de la Paideia, el ideal de la cultura griega;
el alemán Goethe, autor de Fausto;
Salvador de Madariaga, el gallego universal;
el inglés Arnold Toynbee, experto en cultura de la historia;
el consultor Peter Drucker, y
Julián Marías, autor de una de las mejores obras que conocemos de antropología.
Todos ellos con distintas palabras afirmaban que el desafío que provoca una gran crisis sólo se puede superar a nivel cultural y espiritual.
Sin embargo parece que todo el mundo piensa que la crisis se puede resolver con más tecnologías, más conocimientos, reformas legislativas laborales o educativas, o con mayor facilidad en la concesión de créditos. En buena medida, todo ello es una equivocación porque esto son las consecuencias; no la causa.
El círculo virtuoso de la productividad consiste en:
Existe una cultura de confianza que,
lleva a creer en la propia capacidad, con lo que,
se asume responsabilidad,
arriesgando e innovando, ya que no se cree saberlo todo,
introduciendo cambios que,
logran éxitos y fracasos. Se aprende de ambos; se aplican unos y se suprimen otros, lo cual consolida la cultura de confianza.

Nuestro modelo de los 8 hábitos del líder emprendedor equivale a este círculo.
El círculo perverso se origina porque:
Se tiene una cultura de miedo que oscurece la inteligencia,
le lleva a desconfiar de sí mismo y de los demás,
elude toda responsabilidad y dice “ese no es mi problema”, “no me pagan por pensar”, por tanto
no arriesga ni innova pensando que ya lo sabe todo,
busca asegurar el estatus actual y
nada se logra.

La seguridad total es un proyecto para cadáveres.
Si buscamos la prosperidad, nos tenemos que olvidar en buena medida de garantías, seguridades y derechos adquiridos, que son una rémora.
La oportunidad más acuciante para superar la crisis está sólo en el aumento de la productividad.
El liderazgo es la clave de todo, ¿tenemos líderes? Personalmente creemos que en España hay líderes excepcionales muy concretos, pero no tenemos todavía el liderazgo necesario a nivel general como para salir reforzados de la terrible crisis que ha durado demasiado. ¿Cómo lo ve usted?
Esta conferencia que se dará en Madrid hablará del concepto de liderazgo y buscará hacerlo práctico y virtuoso a base de hábitos concretos.